martes, 7 de agosto de 2012

Una realidad.

Deseaba pasar un día contigo. Un día sin que nadie nos molestara, disfrutar de tu compañía, y llegó, sin más, ese día llegó.
Estaba nerviosa, el corazón se me iba a salir, había mucha gente, esperaba reconocerte, ¿cómo no iba a hacerlo?
Te vi a lo lejos, sonreí para mi. Estabas distraído, a saber en que pensabas. Caminaba despacio, nerviosa, los tacones se clavaban en el suelo como piedras en el camino. Suspiré, te tapé los ojos por detrás, reí.
Me reconociste sin pronunciar media palabra, te miré y sonreí. Nos abrazamos. Estaba tan cerca tuya.. Éramos uno, joder. Te cogí la mano a los pocos minutos mientras caminábamos por un parque, nos sentamos al lado de una fuente, nos reímos, contamos tonterías, batallitas. Intimamos. No podía creerlo aún. No dejaba de mirarte, de rozarte todo lo que podía, sin parecer una lanzada, pero es que lo necesitaba, te necesitaba.
Pasamos la tarde y el día juntos. Se pasaron las horas volando, me aferraba a ti para luego poder recordarlo.
Me tumbé en tus piernas mientras éstas hacían de almohada, te miraba, me mirabas, y surgió.
Acariciaste mi mejilla con la parte de detrás de tu mano, te acercaste a mis labios, me besaste, te besé, nos besamos.

De repente te esfumaste. Yo estaba en mi cama, mi madre abrió la persiana y me dijo; 'despierta dormilona'. 
Me volví a acordar de ti. Abrí los ojos. No podía ser. 
'Ey, que mañana tienes más horas para seguir soñando', me dijo.
Suspiré y susurré, 'algún día dejaré de soñar'.